Después de unas semanas oyendo tantas opiniones de poco fundamento sobre las inundaciones
(por ignorancia o intereses) en los medios de comunicación veo que
seguimos con ese antropocentrismo petulante que no permite ver lo que es
el planeta, los ríos, los mares, etc. más que como recursos de los
que sacar bienes y -sobre todo- dinero. Siento la necesidad de escribir
algo al respecto porque observo con asombro que parece fuera de este
debate, no sólo en los medios, sino incluso en el ámbito ecologista un
factor para mí esencial: el bosque cabecero. Es evidente que en períodos
de lluvias persistentes los cauces van a aumentar, pero ese aumento se
paliaría en gran medida si tuviéramos las montañas cubiertas de los
bosques autóctonos, produciendo riquezas muy variadas, entre ellas
generando suelo, limpiando el aire y captando el agua. Ésta vale
millones también, si se capta cuando cae y va a los pantanos naturales
subterráneos, de donde se nos devuelve sin violencia en fuentes y
nacederos; pero dejada resbalar por terrenos desforestados o
erosionados, en vez de ofrecernos millones en beneficios nos cuesta
millones en pérdidas.
Hablo en términos económicos porque veo que
es el que entiende la mayoría. Me gustaría también hablar en términos de
calidad de vida para quienes aprecian los bosques en su entorno, los de
la montaña y -cómo no- los pobres bosques ribereños, chivos
expiatorios, culpables a los que se dirigen las iras populares,
considerados suciedad y mal por nuestros congéneres (hay que “limpiar”
los cauces de “malezas”). No sé de qué pueden ser culpables unos
fantasmas o meros espectros de nuestros otrora poderosos bosques de
ribera, que brillan por su ausencia por todas partes, pero… mientras
queden partes de un cauce sin roturar y cementar se seguirán oyendo
voces urgiendo a tales actuaciones.
Lo patético es que la culpa de las pérdidas económicas causadas tras una inundación se le eche a la naturaleza y no a las administraciones que han promovido o aprobado las construcciones o puestas en cultivo de terrenos inundables, o bien a los particulares que lo han hecho por su cuenta y riesgo (a veces ilegalmente).
Le recuerda a uno a cómo funciona la política. Si viene de mi partido es bueno, si viene de la oposición malo. Para nuestra sociedad actual la naturaleza es la oposición: todo lo que hace es malo y para fastidiarnos. Si nieva no es una bendición, es un desastre porque no podemos circular. Si llueve es una mala noticia porque nos mojamos y se nos inundan casas o campos. Lo mismo en el mar, cuando viene el temporal y las olas entran en las casas de primera línea. Si no llueve es malo también porque padecemos la sequía. Los árboles son malos junto a la carretera porque podemos chocar con ellos, malos junto a los ríos porque pueden frenar el agua, malos en la montaña porque pueden incendiarse y afectarán a nuestras urbanizaciones. El sol es malo y hay que huir de él porque tendremos afecciones cutáneas. Nada decir de las bondades de la fauna salvaje: alimañas que hay que controlar para que no se metan con nuestro ganado o nuestra caza, molestos pajarracos e insectos (bichos) que nos comen la cosecha, etc. Y, aunque nadie las defienda, hasta las humildes hierbas que no se meten con nadie e intentar vivir tranquilas se encuentran pronto con algún vecino o ayuntamiento que dice: qué pinta aquí en mi terreno esta broza que yo no he puesto o plantado… tras lo que viene la rociada de herbicida y el retorcimiento de ese inocente ser al que se le queda expresión de: “pero si yo no hacía mal a nadie”.
G.M., 3-III-2015




