miércoles, 11 de marzo de 2015

Aquellos vientos trajeron estos lodos

Después de unas semanas oyendo tantas opiniones de poco fundamento sobre las inundaciones (por ignorancia o intereses) en los medios de comunicación veo que seguimos con ese antropocentrismo petulante que no permite ver lo que es el planeta, los ríos, los mares, etc. más que como recursos de los que sacar bienes y -sobre todo- dinero. Siento la necesidad de escribir algo al respecto porque observo con asombro que parece fuera de este debate, no sólo en los medios, sino incluso en el ámbito ecologista un factor para mí esencial: el bosque cabecero. Es evidente que en períodos de lluvias persistentes los cauces van a aumentar, pero ese aumento se paliaría en gran medida si tuviéramos las montañas cubiertas de los bosques autóctonos, produciendo riquezas muy variadas, entre ellas generando suelo, limpiando el aire y captando el agua. Ésta vale millones también, si se capta cuando cae y va a los pantanos naturales subterráneos, de donde se nos devuelve sin violencia en fuentes y nacederos; pero dejada resbalar por terrenos desforestados o erosionados, en vez de ofrecernos millones en beneficios nos cuesta millones en pérdidas.


Hablo en términos económicos porque veo que es el que entiende la mayoría. Me gustaría también hablar en términos de calidad de vida para quienes aprecian los bosques en su entorno, los de la montaña y -cómo no- los pobres bosques ribereños, chivos expiatorios, culpables a los que se dirigen las iras populares, considerados suciedad y mal por nuestros congéneres (hay que “limpiar” los cauces de “malezas”). No sé de qué pueden ser culpables unos fantasmas o meros espectros de nuestros otrora poderosos bosques de ribera, que brillan por su ausencia por todas partes, pero… mientras queden partes de un cauce sin roturar y cementar se seguirán oyendo voces urgiendo a tales actuaciones.

Lo patético es que la culpa de las pérdidas económicas causadas tras una inundación se le eche a la naturaleza y no a las administraciones que han promovido o aprobado las construcciones o puestas en cultivo de terrenos inundables, o bien a los particulares que lo han hecho por su cuenta y riesgo (a veces ilegalmente).

Le recuerda a uno a cómo funciona la política. Si viene de mi partido es bueno, si viene de la oposición malo. Para nuestra sociedad actual la naturaleza es la oposición: todo lo que hace es malo y para fastidiarnos. Si nieva no es una bendición, es un desastre porque no podemos circular. Si llueve es una mala noticia porque nos mojamos y se nos inundan casas o campos. Lo mismo en el mar, cuando viene el temporal y las olas entran en las casas de primera línea. Si no llueve es malo también porque padecemos la sequía. Los árboles son malos junto a la carretera porque podemos chocar con ellos, malos junto a los ríos porque pueden frenar el agua, malos en la montaña porque pueden incendiarse y afectarán a nuestras urbanizaciones. El sol es malo y hay que huir de él porque tendremos afecciones cutáneas. Nada decir de las bondades de la fauna salvaje: alimañas que hay que controlar para que no se metan con nuestro ganado o nuestra caza, molestos pajarracos e insectos (bichos) que nos comen la cosecha, etc. Y, aunque nadie las defienda, hasta las humildes hierbas que no se meten con nadie e intentar vivir tranquilas se encuentran pronto con algún vecino o ayuntamiento que dice: qué pinta aquí en mi terreno esta broza que yo no he puesto o plantado… tras lo que viene la rociada de herbicida y el retorcimiento de ese inocente ser al que se le queda expresión de: “pero si yo no hacía mal a nadie”.
G.M., 3-III-2015

Manifiesto por los bosques



1. Reflexiones y datos previos
Cuando los humanos se asentaron en el territorio, cambiaron la caza y la recolección por la agricultura y ganadería como modo de vida, con lo que empieza el primer asalto a los bosques del planeta. Caen los de los climas más cómodos para la vida humana (gran parte del sur de Asia y de Europa).
Las guerras, la metalurgia, la mejora de las herramientas y de los edificios, etc., van suponiendo una capacidad creciente de desforestación; también los fuegos para promover pastos y para ampliar los cultivos. El éxito de esta civilización supone unos grandes aumentos demográficos y la consiguiente necesidad de más materias primas, que inciden en más desforestación (segundo asalto).

Fig. 1

La reciente tecnología, mecanización, capacidad de moverse por el planeta y acceder a todos sus rincones, unida a una demografía exponencial, han llevado a la desaparición de todos los bosques primarios del área templada (Norteamérica media, Europa media y meridional y Asia Media), unido a la pérdida de las ¾ partes de los bosques tropicales (África central, Sureste de Asia, América tropical) y más de la mitad de la taiga boreal (tercer asalto).
Hay casos particularmente sangrantes, donde las pérdidas afectan a cerca del 90% o más (islas tan significativas como Madagascar, Java, Sumatra o Nueva Zelanda).
En la Europa templada, en su mayoría de clima suave, se observa bastante arbolado, aunque en forma de pequeños bosquetes, con biodiversidad muy limitada y estructura deficiente (bosques secundarios).

Fig. 2

En la Europa seca, como la franja mediterránea, esos bosquetes son mucho más laxos y pobres. Es el caso de nuestro país, donde vemos masas forestales algo presentables en las montañas que rodean los valles de los 4 ríos principales (fig. 3).

 Fig. 3

El paisaje normal que se ve desde el aire es: grandes llanos completamente parcela­dos y humanizados (sin bosques, sin árboles, sin un metro cuadrado público por donde pasear) y áreas de montaña menos parceladas, menos humanizadas, con muchos sitios por donde pasear (al sol), casi siempre desforestadas (fig. 4).
 
Fig. 4a: zona litoral, 4b: zona de montaña

En esta situación nos quedan dos opciones: observar impasibles la llegada del cuarto y último asalto a los bosques del planeta o decidir que lo más importante que tenemos que hacer en el resto de nuestras vidas –aparte de atender a la familia, amistades y trabajo- sea comprometerse con otros que compartan este sentimiento, para que esto no suceda.

No se necesita ser científico o botánico para ello. Yo lo soy, pero no escribo este texto como científico sino humano que ama la naturaleza, las plantas, los animales, las  montañas, los bosques…; que valora la suerte de vivir en un planeta rico en vida como éste como la mayor de las fortunas y que deplora cada parcela de bosque o cada especie que se pierde como la peor de las desgracias. Que asiste atónito al espectáculo diario de ver arrasar unos bienes de valor incalculable y cuya pérdida es irreversible, a cambio de unas monedas o simplemente porque estorban a unas personas que desean poner allí plantaciones de soja, palma de aceite, rebaños de ganado, urbanizaciones, etc.
Hasta ahora veía esta situación y me lamentaba de ella, pero pensaba que estábamos sometidos a inercias, desidias, intereses creados y grupos muy poderosos que iban a hacer imposible invertir esta situación, por lo que no veía la oportunidad ni utilidad de mover algo así.
Pero los datos que nos llegan día a día son tan contundentes que creo que no es momento de pensar si “podemos” o no, es momento de decidir que “debemos” hacer algo. Mientras, los medios de comunicación se lamentan de un hipotético “cambio climático” y se dedican inversiones multimillonarias para la “lucha” en su contra, al tiempo que procuran sutilmente que todas las reivindicaciones medioambientales se concentren en un concepto abstracto (clima), dependiente de factores que la humanidad no controla (ciclos solares), dejando de lado las cuestiones concretas que afectan a su principal problema: la pérdida de los bosques y la biodiversidad (son los bosques, estúpido).

Para no quedarse en una mera crítica de la situación actual, propongo unos principios de partida (que pueden ampliarse y matizarse según propuestas posteriores de quienes deseen participar) y unas propuestas de acción conseguir que esos principios se respeten.

PRINCIPIOS
1. Lo más valioso de este planeta es la vida que alberga, necesaria e insustituible.
2. De esa vida son los bosques su mejor expresión y la que produce mayores riquezas y recursos.
3. Esos recursos son renovables, pero sólo si se aprovechan sin destruir el bosque que los produce.
4. Muchos de los recursos que ofrecen son cualitativos y tienen un altísimo valor aunque no se puedan pesar o vender (limpieza del aire, captación y retención aguas, génesis de suelos, etc.).
5. El valor de los bosques y de los árboles que los forman es incalculable. Mayor que si fueran de oro.
   Son imprescindibles para la vida (el oro no), pero los arrancamos sin más, si alguien ofrece algo de dinero por sus despojos o por ocupar su terreno.
   Se les trata como si fueran bienes superfluos (ej.: en caso de urbanizaciones), objetos molestos (ej.: carreteras), un puñado de celulosa (papel) o mero combustible (leña).
1. Urge preparar un plan de recuperación de los bosques y ponerlo en práctica.
    En nuestro país no quedan bosques primarios.
    Los secundarios pueden ocupar cerca del 10%.
    Los bosques y bosquetes terciarios cerca del 25%.
    Del resto una parte son terrenos urbanos o agrícolas, pero la mayoría son terrenos quemados, erosio­nados, desertificados

2. Hay que revalorizar el concepto de bosque cabecero (zonas de montaña), esencial para frenar la erosión y para asegurar la captación y adecuado encauzamiento de las aguas.
3. Tanto la ganadería como la megafauna herbívora debe estar sujeta a control para evitar daños irreparables en los bosques y en los suelos, sobre todo en años de sequía.
4. Es necesaria una cultura del aprovechamiento racional de los recursos renovables del bosque.
5.  Son necesarias actuaciones urgentes en zonas erosionadas o desertizadas
   -  Señalar  en mapa todos los terrenos erosionados o desertificados.
   -  Protegerlos de toda agresión o extracción de recursos (ej.: pastoreo).
   - Llevar a cabo actividades que tiendan a la pronta recuperación de sus suelos.
6.  Los Parques Naturales (nacionales, regionales, comarcales, municipales) y las microrreservas son sistemas muy eficaces para proteger la naturaleza. Deberían quedar recogidas bajo estas figuras todas las zonas de montaña poco habitadas y las áreas costeras más amenazadas.
Es más práctico declarar muchos de tamaño mediano (como un municipio) que pocos muy grandes.

Gonzalo Mateo, 17-I-2015